miércoles, 9 de marzo de 2011

SIGNIFICADO DE VALOR

El verdadero valor de los valores

”No podemos enseñar valores: debemos vivir valores. No podemos dar un sentido a la vida de los demás. Lo que podemos brindarles en su camino por la vida es, más bien y únicamente, un ejemplo: el ejemplo de lo que somos.” En 1970 el psicoterapeuta austríaco Víctor Frankl, fundador de la logoterapia afirmaba esto al hablar de la ”voluntad de sentido”. Frankl consideraba la voluntad de sentido la forma de percepción que impregna a cada hombre y que, cuando se hace consciente, le permite encontrar un propósito para cumplir más allá de sí mismo, en el encuentro con otros. Ese propósito da significado a la existencia. Cada hombre, decía Frankl, debe encontrar el sentido de su vida porque sobrevivir no es el máximo valor.
Vivimos en una época y en una sociedad en las que, cada vez más, ”solamente sobrevivir”parece haberse convertido en el único valor. Y no sólo en términos económicos. Ser pobre no es un requisito para ser sobreviviente o para no ver otro horizonte que la supervivencia. Junior, el chico que desató la tragedia de Carmen de Patagones, había escrito en su pupitre, tres décadas después de las palabras de Frankl, esta frase: ”Quien le encuentre sentido a la vida que lo escriba aquí, por favor.” Lo había tallado, para que no se borrara. La frase estaba allí antes de la masacre y sólo fue vista después. Junior, hundido en un pozo oscuro, con su alma desgarrada, había gritado la pregunta que urge responder en un mundo que se hunde cada día en un pronunciado, inquietante y trágico vacío existencial.
Pocas veces la palabra ”valores” ha sido pronunciada tantas veces como en estos días. Se habla de transmitir valores, de educar en valores, de preguntarnos por nuestros valores y por los que les dejamos a nuestros hijos. Quizás cada uno de nosotros, células del organismo social que integramos, debiéramos preguntarnos, a la manera de Frankl, cómo estamos viviendo aquellos valores que declamamos. Porque los valores son verbos antes que sustantivos. En un mundo en el que basta una mentira repetida para invadir y destruir un país, en un mundo en el que un candidato, ya convertido en presidente, puede admitir que mintió para ganar porque, si no, no lo hubieran votado, en un mundo en el que las leyes sólo se invocan para que las cumplan los otros y en el que los derechos se reclaman pronto y las obligaciones se olvidan rápido, en un mundo en el que cualquiera puede creerse dueño de D’s, y en consecuencia, matar a los ”infieles”, en un mundo en el que no tener es no ser, en el que consumir se percibe como sinónimo de vivir y en el que se cree que la adrenalina es más importante que la sangre y, por lo tanto, hay que generarla todo el tiempo y de cualquier modo, ¿de qué hablamos al hablar de valores? ¿qué decimos, más allá de palabras bellas, o fuertes , o asertivas, cuando proponemos valores?
En Calígula, la impresionante obra de Albert Camus, cuando el emperador decide apoderarse de las herencias de todos los ciudadanos de Roma, previa ejecución de los mismos, lo justifica de una manera brutal: ”Si el tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. La vida no vale nada ya que el dinero lo es todo.” Resulta estremecedor observar el paisaje cotidiano de nuestra sociedad y observar los modelos que, cada vez más, prevalecen en las relaciones interpersonales, porque, sin distinción de clase, de nivel cultural o económico, parecería que la idea de Calígula se impone.
Vuelvo a Frankl. Él sostenía que era la conciencia el órgano que podría guiar al hombre en la búsqueda del sentido, que en ella reside la capacidad ”de percibir totalidades de sentido en situaciones concretas de la vida.”Parta ello, tiene que estar despierta. En estos días sombríos, es importante no seguir adormeciendo la conciencia bajo torrentes de declamaciones. Esto no sólo vale para los políticos, educadores, profesionales y funcionarios. También para cada uno, cada hombre, cada mujer, cada pobre, cada padre, cada madre, en su espacio más propio, íntimo y cotidiano. Si no, el trágico grito de Junior habrá sido amordazado como tantos otros (acaso menos sangrientos) para que no interrumpa el festival de sinsentido y vacío en el que baila una sociedad que , dos mil años después, podría volver a tener a Calígula como líder y mentor. Si de veras creemos que vamos a enseñar valores, empecemos por vivirlos. O no nos espantemos de Junior, que, en definitiva, es el nombre de la conciencia dormida, dopada y anestesiada.



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