miércoles, 9 de marzo de 2011

HONESTIDAD

Misterio en la Casa de los Azulejos
 

En el centro de la Ciudad de México existe todavía una espléndida mansión colonial, cuya fachada está cubierta de brillantes azulejos. Esta casa fue residencia de los Condes de Orizaba, distinguidos nobles de la Nueva España.
   
La casa brillaba en las noches de fiesta, cuando acudían las personas más notables de la ciudad para exhibir sus mejores galas. En una ocasión se celebró la más fastuosa de todas, con motivo del cumpleaños del Conde. Los invitados comenzaron a llegar desde temprano y se dispusieron en las sillas aterciopeladas del recinto. Un ejército de sirvientes les ofrecía exquisitos bocadillos y finos licores en copas de cristal cortado. En el salón más amplio, iluminado con candiles, un conjunto de músicos invitaba a la danza y en el centro la hermosa Casilda Castañiza bailaba una danza ágil y graciosa.
    
Feliz por el desarrollo de la fiesta el Conde andaba de acá para allá y, secretamente, entraba a la cocina para darle sus buenos tragos a una jarra de pulque que le habían traído de Apan. En una de esas vueltas observó su cómoda de palo de rosa y notó algo inquietante: faltaba un precioso reloj esmaltado con piedras finas, una de las herencias más valiosas de su familia. “¡Me lo robaron!” pensó de inmediato.

    
Entre enojado y sorprendido, el conde pensó que el ladrón era uno de sus invitados que bien había podido esconder el reloj entre sus prendas. Envalentonado por el refrescante curado de guayaba con apio que había estado disfrutando toda la tarde se colocó en la gran escalinata del salón, pidió a los músicos que callaran y dijo a sus invitados: “Señores y señoras. Yo sé que la están pasando muy bien, pero he sufrido una gran pérdida y necesito remediarla. Ha desaparecido el valioso reloj que el rey Felipe V le regaló a mis antepasados.”

La concurrencia lo miró con una mezcla de curiosidad y disgusto y el conde siguió hablando: “Como ustedes pueden ver, faltan cinco minutos para las doce y a esa hora sonará la alarma del valioso reloj, desenmascarando a quien trató de sustraerlo de mi mansión. Les propongo que, para evitar el bochorno de descubrir y exhibir a tan acabado ratero, cerremos todas las puertas, apaguemos todas las luces y pidamos al pillo que deje el reloj en el mismo lugar donde lo halló.”
    
Así se hizo. El salón se convirtió en una galería de sombras y murmullos. La ansiedad llegó a término cuando se dio la instrucción, los sirvientes encendieron las luces y todos vieron que el reloj se hallaba de nuevo en su sitio. Faltaba un minuto para las 12… pero cuando llegó la hora el reloj no sonó. “El reloj no tiene campana —explicó el conde riendo— ¡Que siga la fiesta!”. Uno de los allí presentes no cabía en sí de tanta furia.
—Adaptación de una leyenda colonial incluida en el libro Amores y picardías de Artemio de Valle Arizpe.

Para reflexionar
  • ¿Piensas que la hospitalidad puede corresponderse con un robo?
  • ¿Crees que el ladrón fue uno de los sirvientes o uno de los invitados?
  • ¿Qué te parece la estrategia que usó el conde para recuperar su objeto perdido?
  • ¿Cuál de todos tus objetos aprecias más? ¿Cómo lo cuidas?
De la sabiduría popular
Más vale petate honrado que colchón recriminado.
Es preferible tener recursos limitados pero mantenerse dentro de la ley, que enriquecerse de manera ilegal.

SIGNIFICADO DE VALOR

El verdadero valor de los valores

”No podemos enseñar valores: debemos vivir valores. No podemos dar un sentido a la vida de los demás. Lo que podemos brindarles en su camino por la vida es, más bien y únicamente, un ejemplo: el ejemplo de lo que somos.” En 1970 el psicoterapeuta austríaco Víctor Frankl, fundador de la logoterapia afirmaba esto al hablar de la ”voluntad de sentido”. Frankl consideraba la voluntad de sentido la forma de percepción que impregna a cada hombre y que, cuando se hace consciente, le permite encontrar un propósito para cumplir más allá de sí mismo, en el encuentro con otros. Ese propósito da significado a la existencia. Cada hombre, decía Frankl, debe encontrar el sentido de su vida porque sobrevivir no es el máximo valor.
Vivimos en una época y en una sociedad en las que, cada vez más, ”solamente sobrevivir”parece haberse convertido en el único valor. Y no sólo en términos económicos. Ser pobre no es un requisito para ser sobreviviente o para no ver otro horizonte que la supervivencia. Junior, el chico que desató la tragedia de Carmen de Patagones, había escrito en su pupitre, tres décadas después de las palabras de Frankl, esta frase: ”Quien le encuentre sentido a la vida que lo escriba aquí, por favor.” Lo había tallado, para que no se borrara. La frase estaba allí antes de la masacre y sólo fue vista después. Junior, hundido en un pozo oscuro, con su alma desgarrada, había gritado la pregunta que urge responder en un mundo que se hunde cada día en un pronunciado, inquietante y trágico vacío existencial.
Pocas veces la palabra ”valores” ha sido pronunciada tantas veces como en estos días. Se habla de transmitir valores, de educar en valores, de preguntarnos por nuestros valores y por los que les dejamos a nuestros hijos. Quizás cada uno de nosotros, células del organismo social que integramos, debiéramos preguntarnos, a la manera de Frankl, cómo estamos viviendo aquellos valores que declamamos. Porque los valores son verbos antes que sustantivos. En un mundo en el que basta una mentira repetida para invadir y destruir un país, en un mundo en el que un candidato, ya convertido en presidente, puede admitir que mintió para ganar porque, si no, no lo hubieran votado, en un mundo en el que las leyes sólo se invocan para que las cumplan los otros y en el que los derechos se reclaman pronto y las obligaciones se olvidan rápido, en un mundo en el que cualquiera puede creerse dueño de D’s, y en consecuencia, matar a los ”infieles”, en un mundo en el que no tener es no ser, en el que consumir se percibe como sinónimo de vivir y en el que se cree que la adrenalina es más importante que la sangre y, por lo tanto, hay que generarla todo el tiempo y de cualquier modo, ¿de qué hablamos al hablar de valores? ¿qué decimos, más allá de palabras bellas, o fuertes , o asertivas, cuando proponemos valores?
En Calígula, la impresionante obra de Albert Camus, cuando el emperador decide apoderarse de las herencias de todos los ciudadanos de Roma, previa ejecución de los mismos, lo justifica de una manera brutal: ”Si el tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. La vida no vale nada ya que el dinero lo es todo.” Resulta estremecedor observar el paisaje cotidiano de nuestra sociedad y observar los modelos que, cada vez más, prevalecen en las relaciones interpersonales, porque, sin distinción de clase, de nivel cultural o económico, parecería que la idea de Calígula se impone.
Vuelvo a Frankl. Él sostenía que era la conciencia el órgano que podría guiar al hombre en la búsqueda del sentido, que en ella reside la capacidad ”de percibir totalidades de sentido en situaciones concretas de la vida.”Parta ello, tiene que estar despierta. En estos días sombríos, es importante no seguir adormeciendo la conciencia bajo torrentes de declamaciones. Esto no sólo vale para los políticos, educadores, profesionales y funcionarios. También para cada uno, cada hombre, cada mujer, cada pobre, cada padre, cada madre, en su espacio más propio, íntimo y cotidiano. Si no, el trágico grito de Junior habrá sido amordazado como tantos otros (acaso menos sangrientos) para que no interrumpa el festival de sinsentido y vacío en el que baila una sociedad que , dos mil años después, podría volver a tener a Calígula como líder y mentor. Si de veras creemos que vamos a enseñar valores, empecemos por vivirlos. O no nos espantemos de Junior, que, en definitiva, es el nombre de la conciencia dormida, dopada y anestesiada.